jueves, 29 de enero de 2015

La libertad de expresión sí tiene límites: el respeto a la dignidad y el buen nombre de las personas

En esta caricatura (dic. 2013), el dibujante Xavier Bonilla (alias Bonil) afirmó que dos instituciones del Estado allanaron un domicilio y se llevaron denuncias de corrupción, lo cual nunca fue comprobado.

Me inquieta la idea de vivir en un país donde quienes se supone deben orientar a la opinión pública en nombre de la libertad de expresión promueven la cháchara, el insulto, la insidia, el rumor, el cuchicheo como norma de (dudosa) convivencia en la sociedad.

¿Qué se fomenta con esto? El irrespeto, la calumnia, la blasfemia, el embuste, el primitivismo … ¿Es este el país que queremos heredar a nuestros hijos? Estoy convencido que la respuesta es un rotundo NO.

Se ha comentado mucho sobre la libertad de expresión tras el ataque al semanario francés Charlie Hebdo y muchos nos solidarizamos con los caricaturistas asesinados diciendo Je Suis Charlie. Pero el hecho generó también un debate sobre los límites de la libertad de expresión.

Incluso el papa Francisco –en su legítimo ejercicio de la libertad de expresión- dijo que la libertad de expresión es un derecho y una obligación que debe utilizarse sin ofender, lo que le valió la excomulgación por parte de los dioses del periodismo –en Ecuador y en el mundo- que se valen de este derecho como alcahuetería para sus más bajas pasiones.

El papa Francisco afirmó que asesinar en nombre de Dios es una "aberración", pero insistió en que "la libertad de expresión" no da derecho a "insultar" la religión del prójimo.

Casi paralelamente a esta declaración del líder espiritual y moral de la Iglesia Católica, un grupo de caricaturistas ecuatorianos, con Xavier Bonilla, alias, Bonil a la cabeza, en un comunicado defendían su derecho a blasfemar y a reír.

Los caricaturistas se solidarizaron con “los periodistas y medios que sufren ataques del fanatismo, del odio político y del revanchismo social”. Por si la memoria es frágil les recuerdo que Bonil es uno de los dibujantes que casi todos los días refleja su odio político al gobierno (lo que caracteriza a la línea editorial del diario que le paga el sueldo) y que en una caricatura se burló de las dificultades de lectura de un legislador de origen afroecuatoriano.

Se ha hablado bastante sobre la libertad. Se ha llegado a decir, como si fuera una verdad absoluta, que la libertad de expresión no tiene límites. El sentido común nos indica que la responsabilidad es inherente a la libertad porque si no viviríamos en una verdadera anarquía (Ausencia de poder público).

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su primera acepción libertad es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos

También: 5.- Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres. 8.- Contravención desenfrenada de las leyes y buenas costumbres.

Como se puede notar, e insisto en que el sentido común también lo indica, no podemos vivir en un libertinaje bajo el pretexto de la libertad de expresión y en el caso de Ecuador, es hasta chistoso, porque quienes se llenan la boca con la libertad de expresión son intolerantes, en cambio, con las opiniones de los otros (Martín Pallares: el papa nos ha fallado).

Y estas supuestas prerrogativas para insultar y denigrar a todo el mundo en nombre de la libertad es defendida fervientemente con el pretexto de que la libertad no tiene límites. Pues, sí los tiene.

El artículo 13 (Libertad de pensamiento y expresión), numeral 2 señala que el ejercicio de la libertad de expresión no puede estar sujeto a censura previa sino a responsabilidades ulteriores, las que deben ser expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para asegurar: a) el respeto a los derechos o la reputación de los demás, o la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas.

Bonil se queja sobre la supuesta falta de libertad de expresión, pero sus viñetas habitualmente, y de forma libre, van dirigidas a ridiculizar al gobierno, específicamente al presidente Rafael Correa.

El profesor Javier Darío Restrepo, periodista experto en ética periodística, respondió una consulta sobre los límites éticos de la libertad de expresión, que le plantee días atrás a propósito de los lamentables hechos de París.


“Es un límite que no señala ley alguna porque lo traza la conciencia de cada uno, guiada por su sensibilidad y apertura hacia el otro”, dice Restrepo.

El profesor, catedrático de la Universidad de los Andes y conferencista en temas de comunicación, sostiene que es explicable el rechazo a la posibilidad de que se les fijen límites a libertades como la de expresión e información, cuando se da por aceptado que ser libre es hacer lo que uno quiera; una idea distinta de la otra: ser libre es hacer lo que uno debe hacer sin que nadie se lo impida. En la primera, el capricho personal adquiere carta blanca; en la segunda el sujeto del derecho se guía por su relación con el otro.

La información es un servicio público

Restrepo no tiene problema en admitir que la información es un servicio público –como lo ha mencionado en innumerables ocasiones el presidente de Ecuador y que ha recibido el rechazo, en muchos casos, y la ridiculización, en otros.

“La libertad de expresión que elimina todos los obstáculos para decir o escribir lo que uno quiera resulta tan absurda como la que pretendía tener un taxista que reaccionó cuando su pasajero le pidió apagar el cigarrillo que acababa de encender: “estoy en mi taxi y aquí hago lo que me dé la gana y lo echo a usted si me da la gana”. Los periodistas que reprodujeron y rechazaron la escena, pueden estar defendiendo su libertad sin límites sin caer en la cuenta de su cercanía al taxista en cuestión. Tanto el taxista como el periodista son servidores públicos; el taxi es de servicio público, lo mismo que la información y el medio de comunicación que, aunque propiedades personales, están al servicio del público, lo que impide que puedan ponerse al servicio particular del taxista o del periodista” ejemplifica Restrepo.

Se comprende así en el caso del taxista, pero no aparece tan obvio en el caso del periodista que maneja un bien social, que es la información, y presta un servicio social, añade el maestro quien también se ha desempeñado como columnista de los diarios El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y El Heraldo.

Y explica que la información del periodista es para el receptor, por tanto tiene en cuenta las necesidades del receptor y, desde luego, sus derechos. Tiene derecho a que le digan la verdad, a que se respete su intimidad, a no ser ofendido.

Esto no obsta para que se controviertan sus ideas, se sometan a crítica sus creencias, con razonamientos, con humos, con fantasías, recursos estos que descartan la burla y la ofensa. Es una afirmación elemental pero indispensable: no existe ni el derecho, ni la libertad para ofender, ni para hacer daño a las personas.

Restrepo cita a Julián López de Mesa (en la columna Los límites de la libertad. El Espectador 14/01/2015) quien escribe que: “en el centro de todo, en el ojo de la tormenta, una idea flota pero ya no la comprendemos, ya no sabemos lo que significa y nos asusta, nos fastidia pues la creíamos superada. Pero esa palabra que ya nadie usa es base del respeto y la convivencia (a la que me refería en el inicio) en estos tiempos de ruido, de confusión. En esta torre de Babel de la edad de las comunicaciones la palabra clave, creo yo, es compasión. La compasión no es otra cosa que la capacidad de sentir empatía por los otros, de tratar de ponerse en la piel ajena. Y ¿por qué ha de hacerse? Por las infinitas veces en que hemos deseado que otros hiciesen lo mismo por nosotros. Porque la compasión es la madre del respeto por la experiencia de la vida ajena, porque es la forma cómo podemos medirnos y autorregularnos frente a los demás”.

Entonces, volviendo al planteamiento inicial: ¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión? O ¿quién ha de imponer esos límites y de qué dependen? Creo que dependen de nosotros mismos, los columnistas, caricaturistas, locutores, actores, periodistas, editores y en general aquellos que usamos este gran poder de los medios y a quienes nadie controla. La verdad es que no siempre lo hacemos con responsabilidad, pues aun cometiendo errores, somos incapaces de dar ejemplo y reconsiderar, parar y, de ser necesario rectificar, concluye López de Mesa.