viernes, 22 de noviembre de 2013

Cómo sobrevivir un mes sin celular y no morir en el intento


Los teléfonos celulares se han convertido prácticamente en un implemento casi imprescindible para la gente. ¿Puedes concebir salir de tu casa sin el teléfono móvil? No, ¿cierto? El punto de incidencia de este aparato es tal que ya la ciencia cataloga como nomofobia al miedo irracional a salir de casa sin el móvil. Otra patología de estos tiempos es la hiperconectividad, que es la necesidad de pasar todo el día conectado, pues el teléfono, además de cumplir la función primaria que es recibir y hacer llamadas tiene otra infinidad de funciones entre las que están el whats app, el messenger, vídeos, música, correos electrónicos, hacer fotos y videos, el facebook y así ad infinitum...
¿De qué va toda esta intro? Hace unos días una compañera de trabajo y buena amiga perdió su móvil. Hasta hoy (y ha pasado más de un mes) no sabe cómo se le extravió, si se lo chorearon, si se le cayó en una alcantarilla o en el excusado. Como mi amiga estaba chira y aún le faltaba de descontar tres cuotas del celular de última tecnología que se le perdió, por lo que vivió unas cuantas semanas sin el artilugio le pedí que cuente su experiencia de vivir desconectada, es el texto que va a continuación.
(Sobre) Viví un mes sin celular
Evitar momentos incómodos no es tan fácil sin el teléfono celular en la mano. Era lo primero que me ayudaba a soportar la perturbadora sensación de esperar en un ascensor o caminar sola por algún lugar abarrotado de desconocidos. Y qué decir de las largas filas o en algún sitio público a la espera de alguien.
Empecé a buscar nuevas formas de distraerme y disimular mi soledad. Leía las etiquetas de los frascos, me tomaba todo el tiempo necesario para lavarme las manos en el baño, me imaginaba las conversaciones de las personas alrededor, escribía garabatos en algún papel.
No recuerdo cómo era mi vida sin el teléfono celular, cómo programábamos las citas, cómo solucionábamos problemas, cómo avisábamos que íbamos a llegar tarde. Pero en esta primera semana he aprendido a soportar la ausencia de mi Samsung S3, que desapareció misteriosamente la tarde de un lunes mientras regresaba a casa.
Tal era mi adicción al celular que creo que aquel día lo dejé en el baño. Sí, iba al baño con el teléfono en la mano. Lo tenía apenas 3 meses. No he terminado de pagarlo. Lo compré porque hace tres meses me asaltaron y me arrebataron mi Samsung S2 y, por presumida, inmediatamente me compré un modelo mejor, alegando que me ayudaría en las cuestiones laborales. Pero solo era por justificar mi gasto, a la final solo lo utilizaba para chatear y revisar las redes sociales. ¿Para qué un teléfono inteligente si no iba a aprovecharlo? Ni si quiera conocí los beneficios del rastreo satelital, no puse la información en la nube, perdí absolutamente todo.
Pero bueno, el tema ahora es que en esta primera semana he aprendido a soportar la ausencia del celular. Es más, puedo asegurar que me siento algo libre cuando camino por la calle o voy a algún lado. La paranoia de que me roben o se me pierda ha desaparecido y eso me ha ayudado a estar más tranquila. ¿Qué lo extraño? Claro que lo extraño. Parece que inmediatamente dejé de tener amigos y vida social. No sé nada de nadie.
Con el paso de los días ya empezó a afectarme. Definitivamente no puedo estar desconectada, sobre todo en momentos de emergencias. Salí de casa tarde porque no tenía una alarma que me despierte, no sabía que hora era, mi reloj-alarma era mi teléfono. ¿Cómo avisar en el trabajo que iba a llegar tarde? Intenté llamar al teléfono de la oficina, ni si quiera me acordaba cómo marcar, tomé el teléfono inalámbrico de mi casa, me quedé frente a las grandes teclas un par de minutos. No me sabía el número. Lo tenía en mis contactos del celular, igual que los más de 300 números que guardé por cuestiones laborales. Nunca los pasé a ninguna agenda, ni nada. Perdí todo. Y en el mundo periodístico no tener contactos es como para un tenista no tener raqueta.
Dos semanas después llegó la idea de comprar uno nuevo, pero aún no terminaba de pagar el anterior. Vaya dilema.
Estudios indican que una persona tarda 21 días en adquirir o dejar un hábito. Yo empezaba a acostumbrarme a vivir sin celular. Regresé a la época de “nos vemos a las 5pm” y es “nos vemos a las 5pm”, no hay otra opción. El teléfono fijo de mi casa volvió a tener uso. Me di cuenta que las cuentas ya no son tan altas como antes, esta vez ya no tuve que escuchar los gritos de mis papás preguntando quién había hecho una llamada a celular. Pero no soportaba el hecho de tener que hablar por teléfono convencional: las orejas recalentadas, nunca encontrar una posición cómoda, perderse los programas de televisión. ¡Qué manera de extrañar los mensajes del Whatsapp! Con ellos solucionabas todo en un par de líneas. Necesitaba un celular urgente. Pero NO, no me iba a volver a comprar uno nunca más en mi vida. Decía.
No sé cómo me localizaron los de Movistar, pero me encontraron. Intentaron convencerme de mantener mi cuenta, mi línea, mi plan. No, gracias, no quiero nada. ¿Por qué no quería un plan de celular? Pues porque NO TENGO CELULAR.
Basta no tener ese aparato para darse cuenta lo estúpido que uno se ve pegado al teléfono todo el día. Es desesperante conversar con alguien que esté mirando su pantalla todo el tiempo. La habilidad de escribir mensajes, responder mails, revisar Twitter y Facebook mientras se desarrolla una conversación es realmente desagradable. Claro, no me había dado cuenta porque yo también pasaba pegada al celular sin notar que es una falta de respeto para la persona que está hablando. Mientras mi amiga chequeaba todas sus redes sociales yo seguía conversando con ella… o sola… apenas regresaba a verme y asentía con la cabeza. Ni si quiera me estaba escuchando.
Llegué a la conclusión que si me compro un nuevo teléfono nunca lo voy a sacar de mi cartera en una reunión de amigos, cenas, nada. Alguna lección me quedó.
Pasó un mes. No aguanté más. Me llegó a la oficina el chip con mi mismo número, aún no tenía dónde colocarlo. Inmediatamente ingresé a una página web para comprar un celular nuevo, ya no soportaba más. El dilema de volver al mundo de los robots, que el celular maneje mi vida, apareció. Pero esta vez no pude irme contra el mundo. Saluden a mi nuevo Samsung S3mini.